1.10.15

Una canción en el jardín de niños

doc

Soy una canción que aprendiste en el jardín de niños, una primera melodía una composición en rima que no es útil a la vida cotidiana, pero que a veces como el aire otoñal me recuerdas y tarareas algunas frases que vivimos juntos y tal vez me tengas presente en tu jornada, como cuando se recuerdan los sueños diferentes, pero siempre seré una nostalgia del antaño que ya no sirve para mucho y al siguiente día olvidas hasta nueva ocasión.

Soy un recuerdo fugaz que al final de la vida tal vez no antologues.

7.7.15

FUIMOS RUTINA (Práctica de letras)

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Siempre había una mirada de complicidad, a la que sucedía un chiste, una gracia que me hacía reír -un ritual de gozo y alegría constantes-. Luego un beso divertido, atrevido o tierno; pero siempre.
A diario me apoyabas y yo celebraba tus triunfos, eso nunca faltaba, cada día.
Las conversaciones eran cotidianas, no sólo un "qué tal tu día". Comentamos, discutimos, desarrollamos la teoría del hilo negro y componíamos el mundo tres o cuatro veces a la semana; siempre a la hora de la comida, entre un bocado, un beso o una carcajada.
Éramos deseos y caricias cada noche, sin faltar ninguna. Adrenalina y reposo a dosis que acompañaban el menú a mañana, tarde y noche. Una caminata a la misma hora del atardecer…
Fuimos rutina, hasta que algo salió mal, y dejamos de reunirnos y dejamos de mirarnos; hasta que el calendario se quedó vacío de citas mutuas y ya no veíamos los mismos programas, ni leíamos las mismas tiras cómicas. Ya no te gustaba el café con crema, ni a mi los cacahuates japoneses, dejamos de ser lo de siempre, siempre, siempre.

4.7.15

Susurros del Sur (2 parte)

PRIMERA PARTE

Cuando niño yo saqué la cuenta/de mi edad en el año 2000…

3 de julio 2015

maquinita pompom

Parecía tan cabalístico que, como Silvio, también ella contó hasta el 2000 para ver qué edad tendría entonces... Y pasó el dos mil, hace 15 años.

Ayer, que aquella foto saltó de su expediente laboral, no pudo evitar pensar que así es como la conoció, y que seguramente él recordaría aquella tarde que la vio por primer vez en el aeropuerto. Con una botella de tequila y un cartelito rojo entre las manos, en la sala de llegadas internacionales, pensando en que cualquiera de ellos podía ser él, pero jamás imaginó que sería el de la mirada brillante y sonrisa de sol que la llevó a cruzar el continente.

Hoy hace 15 años se dejaron por tercera vez en dos meses, teniendo el país un nuevo presidente de partido distinto, luego de 75 años; cuatro días después de que ella terminara su viaje de encuentros y desencuentros en Chile. Luego de una caminata por Coyoacán, de visitar el Museo de Trotsky y de que ella no volviera la mirada hacia él tras despedirse, porque creyó que nunca más volverían a sentirse.

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Nos escondemos tras las palabras

Ocho de enero de 2000. El buzón está lleno, el Periodista ha escrito su primer mensaje y Elisa apenas lo nota: Él le habla de ese cuento que ella publicó en un sitio web y que entramó sus vidas. Aunque ahora no recuerda ni siquiera de qué trataba la historia que ella misma escribió, ni lo que él le decía en el mensaje; sólo sabe que fue ese martes cuando comenzó a mirar de otra manera.

Fortuita es esta historia como un sino. Cuando Elisa conoció su historia quedó eternamente cautivada de todo lo que ella no tuvo el valor de ser, pero él sí. Aunque en aquellos días sólo pensó que no era un tipo cualquiera, era sí de la misma profesión, pero no la misma trayectoria. Lo imaginó mayor, le recordó al Cubano, y le pensó moreno, bajo y regordete; con una familia normal.

Y como sucede en el cliché de encuentros de internet, tramaron largas y constantes pláticas sobre la existencia, el periodismo, las obligaciones profesionales y la literatura. Y de pronto le hizo creer en sus palabras: “Qué extraño, te siento como el alma gemela que nunca he encontrado”. Sin embargo Elisa nunca pensó en hallarlo, mucho menos en la sala de llegadas internacionales del aeropuerto nacional. Ahí donde ahora se encontraba lista para viajar.

Para Elisa aquellas letras eran inesperadas; jamás sintió una atmósfera tan íntima con un espíritu tan lejano. Ni siquiera necesitaron mirarse a los ojos, no les hizo falta conocer la línea de sus dientes cuando reían; ni el tono de sus cabellos, ni el tamaño de su calzado o sus modales en la mesa; entre ellos las apariencias estaban de más. Bastaba con que pudieran comprender esa palpitante emoción de cuando los dedos se deslizan sobre las letras, y éstas se acomodan a cada golpeteo del teclado para evocar la otra parte del mar.

Y así entre palabras, habrían pasado la vida, hasta que él anunció que llegaría a México, a conocer las manos detrás del teclado. El Periodista habría de hacer una escala de camino a casa desde Chicago, y Elisa no imaginó lo peligroso que ese encuentro le resultaría. No porque él fuese un desconocido, no porque estaría sola en un aeropuerto, no porque viajarían en el mismo taxi tanto camino, sino porque solos en esa habitación de hotel se le perdería el corazón entre unos labios atrevidos.

Continuará…

4.4.15

La Visita (02.01.00)

vino

Toca a la puerta, anhela ser una sorpresa pero de antemano tuvo que anunciarse, no fuera a ser que… Las sorpresas no van con su estilo. Lleva una botella de vino al tiempo, en la mano izquierda un calendario que deja correr los días, a pesar de que sospecha nunca llegará a diciembre.

Su cabello largo y liso parece recién bañado, pero no es así; lleva horas pensando cómo ser perfecta aún cuando sabe que para él jamás lo será.

El hombre de piel de avena tarda en salir; ella está a punto desandar los pasos. Entonces el movimiento de una llave hace rechinar la cerradura y ella detiene el arrepentimiento.

Por fin se encuentran en el quicio de la puerta: el sol está muriendo pero todavía le quedan ganas de reflejarse en el rostro de cristo antiguo que lleva él, quien parece estar dispuesto a sonreír y no lo hace. No se besan, no se tocan; ella apenas lo mira y entra con aparente indiferencia. Por dentro le tiemblan las entrañas.

Serena, casi parca pasea la mirada por el salón como dejando que corra el tiempo, como si temiera adentrarse en el frío y la obscuridad del pasillo que conduce a la habitación la cual conoce casi de memoria, aun cuando le falte mucho por descifrar: el candelero de velas escurridas, los libros de poesía; la ropa detrás de las puertas del clóset; la agenda siempre en el mismo sitio, junto al colchón al ras del suelo; las bocinas preparadas para la ceremonia; el jarrón calado de barro negro que guarda mil misterios; los frasquitos con arenas o ¿qué sé yo? ¡Ah! y la fotografía...

Identifica todo pero nada le importa. Se ha jurado no preguntar, sabe que tarde o temprano tendrá que olvidarlo todo con la misma prisa con la que lo fue aprendiendo.

Nunca ha tenido miedo aunque cada vez se vuelve más precavida pues comprende que la única manera de ser sobrevivir es seguir los murmullos de la intuición; sin embargo resulta cansado cuidarse todo el tiempo. Asume el riesgo; decide desarroparse de la cordura y con el vino en los labios comienza el cortejo.

Rubrica con saliva la magnitud de su piel sin pensar que el agua de mañana se llevará su aliento; hurga en sus aromas; clava su lengua en ese ombligo de héroe griego y recorre como en un desierto las arenas de ese cuerpo que le hace sentir un mar enfurecido dentro de sí. Es toda agua, es toda sal, es toda oleaje danzando como en luna llena.

Él no se entrega sino se deja tomar; se abandona a la caricia y ella se torna marea alta lamiendo las playas de ese cuerpo vívido. Lo posee a palmos; se va fundiendo entre su carne hasta desvanecer las fronteras; sus curvas se aparean y se penetran hasta el estrépito hasta la demencia.

Ella se cuida bien de guardar silencio, de no decir su nombre, de no entregarle el corazón castigado en una esquina; aunque sabe que miente porque siempre llega hasta él entera sin escatimarle nada. Cuando desliza los dedos sobre su rostro es porque le cede sus huellas; cuando le mira le regala la ternura que él teme aceptar y si lo besa es para sellar un pacto sólo temporal; porque también sabe que este amor es sin historia; porque el trato es no hacer más preguntas y prepararse a no entender, ser suficientemente fuerte para que no le cueste la vida...

Tras la saciedad de los cuerpos se sobrepone el tiempo, se precipitan las horas. Ella cambia de lugar su corazón, acomoda los pensamientos en su despeinada mente y vuelve a casa cubierta de frío; apaga los recuerdos o los deja al pie de la escalera, ahí donde también lo dejó a él luego de que dijo adiós. Adiós y no hasta luego, porque cada despedida en este caso es para siempre.

21.3.15

Elisa deja de amar (02.10.2007)

Ella se arrojó a sus brazos por culpa. Sollozaba.
Él lo sabía. Lo supo cuando ella dejó de pronunciar aquel nombre, hacía unos días; aún así la sostuvo cobijada en un abrazo. Pero no dijo nada, no parecía importarle;  no gritó ni se exaltó, ni intentó siquiera algún gesto de rabia.
No fue el día anterior que le fue ajena, fue en ese momento en que Elisa lo dejó de amar.

11.11.14

Susurros del Sur (070600)

070600
 
    • 07 junio 2000/ Ciudad de México/ Aeropuerto Internacional BJ/ 15:00 horas.
(La vieja costumbre de escribirlo todo)
El aeropuerto era un ir y venir de rostros que como sombras atravesaban aprisa los pasillos, subían y bajaban, estorbaba en las puertas de salida. Aún era temprano para registrarse en las ventanillas de Mexicana de Aviación, pero Elisa sentía un vacío en el vientre, una urgencia por trepar a la nave y zarpar; alejarse de los recientes acontecimientos y encontrar un rostro nuevo ante ese espejo con el que se toparía la mañana siguiente.

No obstante, ella casi ignoraba todo lo demás, estaba sumergida en la incertidumbre, en los motivos que se daba para subir al avión y escapar de todo ese enjambre que llevaba rato aturdiéndola: su propia vida.

El equipaje donde iban sus mapas de navegación y los utensilios de supervivencia se quedó en la banda giratoria; la señorita en el mostrador de la línea aérea selló el boleto y le asignó el asiento 20A junto a la ventanilla.

Llegó la hora. Se despidió con una sonrisa para la cual tuvo que hacer su mejor esfuerzo; sentía una taquicardia que le abarcaba hasta el estómago y las manos comenzaba a sentirlas húmedas. Y no es que fuera víctima del terror a las alturas; era que al caminar sola por el pasillo hacia la sala 19 sólo deseaba estar segura de que no se equivocaba, que no habría motivo para arrepentirse de dejar en tierra esos últimos días tan vertiginosos para ella.

Calculó cada paso, midió cada sensación desde aquel momento hasta notar que todas las emociones se habían evaporado. A la orilla de la escalinata del avión observó que nada había más en su interior y por inercia se ubicó en su asiento, se colocó el cinturón de seguridad y miró hacia la nata espesa que contaminaba el horizonte.

El avión tomó pista, se elevó, rodeó la ciudad en un reconocimiento de rutina y se marchó portando las quimeras de Elisa.

Apenas se apagaron las luces que advertían mantener la mesa plegada, el asiento en posición vertical y el cinturón abrochado, Elisa sacó de su bolso de mano una libreta azul que había comprado años atrás en su breve estancia en San Francisco, que aún conservaba las hojas en blanco, se puso cómoda en el asiento y comenzó a escribir. Con letras inseguras apuntó en la primera hoja su nombre completo y el año; observó sus palabras como asegurándose que era real, que comenzaba el peregrinaje.

Para no perder nada en la memoria, anotó detalladamente en la segunda página:
Miércoles, 070600 (Día de la Libertad de Prensa)
17:35 hrs.
Vuelo 387 de Mexicana de Aviación.
Ciudad de México - San José
Asiento 20A (ventanilla con vista hacia el ala izquierda del avión).

Según ha anunciado el capitán, la ruta se realizará bordeando el Océano Pacífico, pasando por Guatemala, a una altura aproximada de 33 mil pies de altura sobre el nivel del mar; con un tiempo estimado de vuelo de 2 horas (lo que indica que llegaré a las 19:20 hora CR).

Sólo cuando lo escuchó por la radio del auto, de camino al aeropuerto, observó que ese día  en México era Día de la Libertad de Prensa; pensó que podría ser una atinada coincidencia. ¡Qué mejor día para levar anclas! ¡Un día para la libertad! Una tarde para atravesar fronteras hacia tierras que Elisa no habría imaginado conocer en tan precipitadas circunstancias y que sin embargo ahí iba. En busca de lugares de paz, de sitios de guerra.

Ella hubiera querido escribir en la primera hoja de su diario de viaje algo importante y digno de ese momento tan particular para ella; pero realmente no se le ocurría nada, y no se le ocurría nada porque no sentía nada. Eran tantas las cosas que pasaban en su circuito cabeza-corazón-estómago-corazón-cabeza, que nada de lo que pudiera escribir o sentir era completamente cierto, todo parecía poco para describir los bamboleos de su estómago, las punzadas en la cabeza y la aceleración de un tambor latiente que le removía el pecho.

Varios rostros pasaron frente de ella cuando cerró la mirada y para cada uno un pensamiento especial; detallados momentos que antecedían a su decisión de partir y el sentimiento de libertad que se le asentaba ya en los brazos. Ahora ya no le pesaba haber renunciado al trabajo, dejar a la familia impávida ante la noticia de su viaje, a los amigos que la despidieron con una sonrisa sospechosa así como olvidar la pesadilla de otro tiempo.

Tras un largo rato en silencio, sin palabras que apuntar, Elisa comenzó a recordar el principio de esta historia que estaba a punto de garabatearse en la piel. Ahí mismo donde había dejado lo suyo había también adquirido un nuevo destino.

Una fresca noche a finales del invierno, el 8 de febrero de 2000, un susurro del sur se coló en su buzón; desde entonces no sintió tanta paz como la que sentía ahora al apresurarse a su encuentro, aunque quizá el encontrarlo era lo que había iniciado todo lo demás.
Elisa torció la sonrisa para sí y repitió las cosas que ya alguna vez había contado a Raquel, aquella que también se fue filtrando desde Puerto Rico en su correspondencia diaria, hasta hacerse indispensable para esos extensos monólogos que se convidaban mutuamente y que a la larga serían interminables charlas debajo de un árbol de limón.
Así ella contó la historia del extranjero piel de avena.


4.11.14

El nacimiento de Elisa (18.12.99)

“El amor después del amor, tal vez,
se parezca a este rayo de sol…”

FITO PÁEZ

el amor después del amor

Cuando se dio cuenta, iba por la tercera vuelta a la misma calle; desconoció completamente aquella Colonia –que entonces no estaba de moda– que por años había recorrido a pie, en auto y en transporte público y hoy no era capaz de ubicarse para dar rienda suelta a su andar y encontrar el pan cotidiano. Pero no era casual que se perdiese en un barrio casi propio: quería evadir el pasado. Pero entre la gente, vislumbró aquella tarde en que nació Elisa.

Si para Fito Páez puede existir el amor después del amor, y para Cher se puede creer en la vida después del amor, Elisa era el claro ejemplo de la “piel después de la piel”.

Luego de la muerte definitiva de Julia, y de otros tantos nombres que ella coleccionaba y usaba según la ocasión, Elisa llegó para quedarse definitivamente a vivir y, sobre todo, contar su historia; no importa si para otros las cosas no hubiesen pasado como ella las narra o si en realidad para otros ni siquiera debiesen escribirse. Pero éste es el testimonio de ella, nacida en diciembre de 1999, luego de inhumar a todas las demás; un testimonio del amor, porque se quiere y se puede. Y porque escribir del amor es lo que mejor puede hacerse en tiempos en que nada calma el terror diario.

EL NACIMIENTO DE ELISA

Sobre las piernas de ese hombre del cual apenas conocía su nombre, Elisa reposó su cabeza y así nació. Sin mirarlo siquiera, sin saber si era espía o criminal, se liberó del corsé que le limitaba la respiración; desató los cordones de las botas con movimientos tan ágiles que cualquiera diría que tenía práctica en el arte de la desnudez. Se desabrochó la costumbre y el recato, los dejó cerca de un prejuicio que de antemano había dejado en el suelo.

Esa tarde había comenzado a nevar en una ciudad que difícilmente terminaba de prepararse para el otoño; viajaban en el mismo tren asientos diferentes identidades anónimas. Él, de piel tibia; ella con el rostro helado. Se tomaron de la mano como antiguos camaradas; entraron en una habitación desconocida para ambos y entrelazados realizaron un atávico ritual.

Concluida la ceremonia ella se sintió rescatada (la piel después de la piel).

Con el sosiego que dan los sueños rotos por el alba comenzó a contar, sin esperar que él escuchara, sólo por el gusto de exorcizar sus entrañas.

—Hace algunos años conocí a un hombre con cicatrices tan profundas como las tuyas. Sus ojos eran obsidianas afiladas, de negrura profunda y desconfiada. Ojos de luna donde se podía encontrar el temor y el deseo de inventar mil versos describiendo la vehemencia. Era el mar enfurecido, incapaz de ser contenido en un solo cuerpo. Su saliva era como un veneno que penetra en el torrente sanguíneo y causa graves estragos en el corazón, desquicia el espíritu y aniquila la voluntad... De principio sembró flores de amaranto y cultivó versos de jade. Luego, enajenó mi cerebro; el cántaro de mis manos sólo vertía su nombre sobre miles de papelillos con tintas diferentes... La profundidad de mi piel se intoxicó con su aroma; sólo pronunciar su nombre me estremecía. Todo mi cuerpo lo recibía como a un verdadero hijo de Afrodita. Yo, su esclava, su doncella en el ara del sacrificio... Entre la vehemencia, la voluntad aniquilada y el espíritu desquiciado, me desconocí a mí misma.

Elisa, algo inquieta, se levantó; encendió un cigarro medio roto y se acercó a la ventana para mirar el vacío de la calle nevada. Así, de espaldas, continuó casi deseando no ser escuchada, como si repitiera las palabras sólo para sí misma.

—Después de seis años llegó la colisión final. Como la mayoría, cambió de ruta (ya lo esperaba)... A partir de ese momento todo me pareció imperfecto, como si el éxtasis me hubiera sido vetado. Entonces, creí que no habría nada como aquellos cielos que juntos llegamos a surcar donde los astros nos miraban envidiosos —Elisa volteó el rostro hacia él y susurró sin esperar respuesta—. Era como eso dicen solamente se encuentra una vez.

Con las manos temblorosas encendió un segundo cigarro y el estómago se le contrajo. Elisa sintió vergüenza, su rostro se encendió; pero tras unos segundos sonrió con malicia.

—Hace poco más de un año que ya no está. Tiempo en el que, en completa soledad, excavé en las ruinas de mí para encontrar los vestigios y tesoros que había desde antes de la conquista... Cuando subí al tren y te miré, algo eléctrico punzó en mis sienes. No sé tu nombre, ni nacionalidad, ni en dónde trabajas; si eres espía o criminal. Sólo sé que quebrantaste el mal hechizo...

Elisa, ya desnuda por completo, miró al hombre tendido en la cama y escaló todos los peldaños de esa nueva piel; aspiró, hasta el suspiro, un nuevo aroma de manzanas; se consumió en una inmensidad recién conocida; bebió el bálsamo de ese caudaloso río donde no se habría de bañar dos veces con la misma savia. Su boca emitió un nombre inédito y sonrió más desatada que nunca en una contundente vorágine.

El sortilegio se rompió entre sus piernas: le nació una nueva y superada forma de encontrar nueva piel.